Rage
Un dia fui a comprar a Wong con mi papá. Eso fue hace mucho tiempo atrás, cuando todavía manejaba y caminaba sin bastón.
Mi papá es un hombre con ciertos rasgos de ingenuidad que causan pena y gracia al mismo tiempo, dependiendo de como se vea. En esos momentos muy breves me daban ganas de abrazarlo y protegerlo, como si yo fuera padre y el fuera hija. Claro que esa es una parte de él. También tiene otro lado, su lado oscuro, del que hablaré en otro momento.
Ese día en Wong y mientras él estaba sacando las cosas del carrito yo estaba reclamándole de algo. Mi papá a veces dice cosas que no tienen mucho sentido, cosas obvias o cosas tontas que no vienen al caso. Es parte de su ingenuidad, o de su estupidez, no lo sé. Esas cosas me dan cólera y le reclamo por decirlas en público, porque siento que las personas van a pensar que mi papá es un tarado. Hasta ese día me daba vergüenza salir con mi papá, porque siempre esperaba de él alguna reacción impulsiva, como enojarse porque me olvidé de poner en el carrito algo de la lista y que me reclame en público, o pensar que las latas de comida para gato eran latas de comida para humanos -que se yo, las confundía con las latas de atún normal.
Ese día en la caja dijo algo de eso, me hizo una pregunta o exclamó una de esas frases típicas de él, donde confunde las cosas mas obvias. La cosa es que delante de nosotros estaba un tío con su hijo. Seguro que escuchó lo que mi papá había dicho, porque en algún momento mientras sacaba su tarjeta bonus y buscaba dinero, soltó una carcajada y miró a mi papá como quien mira a un loco calato en la calle.
Yo vi la escena desde el otro lado del carrito, mientras mi papá, con cierta vergüenza -porque se había dado cuenta de la mirada recriminatoria y la risa burlona- acomodaba las cosas en la faja de la caja registradora.
En ese instante algo salió de mi. No fue vergüenza por mi papá, sino odio por aquel idiota que había atrevido reírse de mi viejo. Claro que yo me burlaba de mi papá de vez en cuando, pero que alguien más lo hiciera me provocaba una sensación de asco y rabia que no había experimentado antes. Tenía ganas de gritarle, insultarlo y decirle que la próxima vez que se atreviera a reírse de mi papá lo iba a agarrar a palazos en medio de la calle. Me aguanté de decirle algo, pero lo miré hasta que levantó la mirada y me vió. Al toque se le borró la sonrisa cachosa y le preguntó a la cajera si ya le había devuelto su tarjeta.
Mi papá siguió acomodando las cosas en la faja y yo me quedé parada observando al tío y a su hijo hasta que finalmente agarraron sus bolsas y se fueron al estacionamiento.