No ser
Que lata da existir. Tratar, intentar, esforzarse en ser algo. Hay días en que no quisiera tener forma. Que no quisiera ser tangible, física, palpable. Hay días en los que existir significa esforzarse en ser algo que no quieres ser. Sonreír cuando no tienes ganas, caminar cuando no tienes fuerzas, hablar de algo cuando por tu mente no quieres que pase nada. Pensar agota. Que los pensamientos, las meditaciones, las ideas, las imágenes del pasado se filtren por los recovecos de tu cerebro. Como mirar una película muy mala por obligación. Hay días en que no quieres sonreír pero tampoco llorar. En que no quieres hablar pero no es que estés enojada. En que no quieres estar aquí pero tampoco allá. Hay días en que ser invisible es una ventaja. No existir para nadie. No ser parte de nada. Diluirse. Borrarse. Desaparecer. Dejar de existir no es tan romántico como suicidarse. No querer ser es algo más práctico que tomar 40 pastillas con whisky. O cortarse las venas con una cuchilla. O meter la cabeza en el horno. Dejar de ser es algo más complicado que tirarse desde el décimo piso de un edificio, o lanzarse hacia un carro en movimiento. Dejar de ser es pausar algo que está en movimiento. Es no soportar que el mundo siga girando, siga respirando, siga dando vueltas insensatas que no parar, que nunca paran. Es ese movimiento, esa luz, esa vida la que abruma. Dejar de existir es pararse a mirar el mundo en movimiento y que no importe que uno se quede atrás, relegado por esa máquina que no para de girar sin interés en que uno esté subida en ella o no.