Por la libertad de los hombres
Nunca quise ser hombre. Jamás. Siempre me gustó ser niña, chica, mujer. Nunca fantasié con la idea de ser un hombre, ni que clase de hombre sería. Ni como me vería siendo un hombre (quiero decir, físicamente). Pero siempre hubo una cosa que me gustó de ellos y me atrajo. Fuera de el germen de la evolución, y que tengo las hormonas bien puestas y no revueltas, fuera de los roles que me haya dado la sociedad, fuera de un sentimiento normal de atracción hacia el sexo opuesto. Siempre hubo algo de los niños, chicos, hombres que me atrae como abeja al panal. Fuera de todos los atributos que los hacen atractivos, como el simple hecho de ser masculinos, o algunos otros mas personales, como ser altos, o alguna características especial que tengan en el rostro que puede variar con cada mujer, que depende muchas veces del momento en que una se encuentra, o de cómo la tratan (y recuerdo esa frase que mi mamá siempre me repite: "las mujeres se enamoran de cómo las trata"), fuera de todo ello que puede ser una cosa algo superficial, y que muchas veces se le atribuye al amor a primera vista, hay algo más que los hombres siempre pudieron hacer que yo no hacía, y que ninguna mujer puede hacer sin ser juzgada y vapuleada pública y privadamente por hombres y mujeres en igual proporción. A mi lo que siempre me atrajo en un hombre, en cualquier hombre, alto, chato, gordo, flaco, feo, bonito, lo que sea, siempre fue su libertad. Esa cualidad me parece simplemente irresistible. Tan irresistible como aquel hombre que hace lo que quiere y que le importa muy poco lo que piense el resto de la gente; o más aún, la libertad que le da la sociedad para hacer lo que se le viene en puta gana. Para empezar, se me viene a la cabeza la principal convencción social y gran diferencia que hay entre hombres y mujeres: Si un hombre tiene varias chicas es jugador; si una mujer hace lo mismo, es puta. Asi de simple, como si las mujeres no hubieramos tenido la concesión universal de elegir en vez de ser elegidas. Nosotras no. Nosotras, si metemos cuernos no somos pendejas, somos perras, viles perras que sucumben ante sus mas bajos instintos, zorras asquerosas, nifómanas desgraciadas. El hombre no. Incluso es un símbolo de virilidad, aquello de tener muchas mujeres, y en muchos casos, es algo normal, con lo que conviven muchas mujeres resignadas a que sus hombres regresen, como niños malcriados a confesar sus fechorías. Tampoco podemos decir nuestra opinión de manera convincente y segura. Porque las mujeres deben ser suaves, delicadas, lindas, y decir las cosas pidiendole permiso hasta a la silla, a ver si no se ofende. No podemos pararnos y decir 1,2,3 asi son las cosas y se acabó, porque nos convertimos en cinco segundos en brujas malditas. Luego somos objeto de comentarios que van de mal en peor: Que nos falta sexo, que seguro somos lesbianas y odiamos a los hombres, que seguro que tenemos dominado al marido, que seguros somos solteronas amargadas. Una mujer tampoco puede tener la libertad de ser como le viene en gana. Si tiene carácter, es petulante. Si dice groserías, es una vulgar. Si fuma y toma, es una mujerzuela. Si fuma mientras maneja, peor. Si baila provocativamente, es una fácil. Si habla de sexo normalmente y sin verguenza, peor. Un hombre es libre de hacer mucha cosas y nadie le recrimina nada al respecto. Si una mujer intenta hacer lo mismo, y tener esa misma actitud es condenada a la hoguera social. Incluso por las mismas mujeres que la rodean.Yo quiero ser libre. Hacer lo que me venga en gana.Pero claro, la libertad cuesta. Pero, digo yo, ¿me importa tanto la opinión de un montón de idiotas?