Por los supuestos amigos
Yo he sufrido muchas mini-decepciones. Una de ellas fue L. L fue un amigo mío durante mucho tiempo en el colegio. Ibamos en la misma movilidad, lo cuál hacía fácil nuestra amistad y posterior amor platónico. Nos gustaba la misma música, los mismos chistes idiotas, el mismo humor lorna. El iba a mi casa a jugar en mi nintendo 64, yo iba a la suya a escuchar sus composiciones en el piano y pasear en bicicleta. teníamos 11 años y todo parecía fácil. Pasábamos tanto tiempo juntos que a veces pienso que fue mi primer relación a largo plazo con un chico. Yo me enamoré de él, o al menos eso pensé. Él se enamoró de mi, o al menos eso pensé. Nos dijimos cosas como: Eres mi mejor amigo, Eres mi mejor amiga. Era el sexto grado, y todavía éramos niños. Llegando a la secundaria, todo cambió, llegó la adolescencia y su incomodid perpetua, su increíble forma de hacernos creer que somos desadaptados en cualquier lugar donde nos encontremos, distanciarnos de amigos que no encajan con aquello que queremos ser. La adolescencia es una suerte de pesadilla que te caga la vida. Luego, con el pasar del tiempo, vas despertando, poco a poco, y te vas dando cuenta que todo aquello hubiera sido mejor no vivirlo, pero aún así, si no lo hubieras vivido no serías lo que eres hoy, y por un lado te da gusto ya haber terminado esa etapa, por otro lado, te gustaría volver ha hacerla, volver a empezar para hacerlo todo bien esta vez, querer mas a tus amigos, los reales, querer mas a tus papás, que no importa qué ahí están, aunque los hayas insultado, negado, apartado. Mucho tiempo después volví a encontrarme con L. Es decir, estábamos en el mismo colegio, pero habíamos desarrollado personalidades opuestas. De cuando en cuando, teníamos cosas en común, pero también aparte. Ya no éramos niños. Ya todo eso había terminado. Tocaba ser semi-adulto. Aunque en verdad, eso era una trafa. A los 15 uno no es nada, es una cosa deforme que no se ha definido bien. Quizá para L, como para casi todo el mundo, hacer lo que hizo no significaba mucho. Pero para mi, que siempre fui ultrasensible, fue como un cuchillazo en la espalda. No voy a edulcorar la realidad: a los 15 yo era obesa. Era tan obesa que ahora, que peso la mitad, tengo paranoias recurrentes con esa época, y de cuando en cuando, me vuelvo un poco anorexica y dejo de comer días enteros. Pero como decía, a los 15 yo era obesa. Y como ser obesa es darle paso libre a cualquier idiota para que te maltrate, pues no la pasaba bien. Recuerdo que había siempre un imbécil, que ya era conocido, que siempre te hacía un comentario, un comentario que era bien trillado, pero que hacía reír a la gente a tu alrededor, y te quitaba el apetito. Yo ya sabía como era. Conocía a los fracasados que me venían siempre a molestar. Sabía bien que me iban a decir, y en que momento. Pero un día de esos, mientras compraba un sanguche en el quiosco, todo cambió. Ya no eran esos patanes los que me jodían. Mientras engullía el primer mordisco de mi sánguche, vi a L mirarme. Estaba con su grupo de amigos de esa época. De pronto, un patán vino a molestarme. No recuerdo que me dijo, pero fue mas o menos lo mismo de siempre. L , que estaba por ahí, escuchó el chiste. Yo le respondí al patán (lo cuál requería mucho valor de mi parte) y creí que con eso lo callaría. Pero de la nada, y cuando había bajado mi escudo, L me atacó. Dijo algo, que tampoco recuerdo bien, pero eso no importa. Fue la expresión en su cara, fue aquel momento, en medio de todos los que compraban en el quiosco, pero lo peor: fue de él, de él, quien se suponía mi amigo, quién sabía lo much que me jodería todo eso. Dijo algo que fue fuerte, porque todos rieron solapados, como aquellos chistes cachosos que van directo a lo mas ínfimo de la persona agraviada. L ni se inmutó. Siguió como siempre, conversando con sus patas. Yo me sentí herida, y me fui corriendo al baño a seguir comiendo. Tenía hambre, pero no soportaba que la gente me viera como la cerda que me sentía. Después de eso, no volví al quiosco por días. Después de varios años, y ahora que medito sobre esas cosas que hacemos en la adolescencia, me doy cuenta que quizá saqué fuera de proporción lo que hizo L. En ese momento, lo tomé como una injuria, una falta de proporciones gigantes. Lo odie. Odié que todavía lo consideraba mi amigo en esa época, odié esa parte de mi que tiene una suerte de lealtad con los amigos, que al final son tan frágiles como las hojas de un árbol. L no lo supo, pero fue ahí donde me di cuenta que la confianza es algo que se tiene con la gente que te quiere, con tus papás, con algunos miembros de tu familia, con algunos amigos (aunque muy raro), con tu esposo, con tus hijos (ojalá), esa confianza y esa lealtad que es como una voz que te recuerda que hay algunas cosas donde uno es más sensible, donde a uno le duele más; y no se aprovechan de eso para joderte, para quedar bien con sus supuestos amigos.